Educar en la diversidad no puede ser opcional

Educar en la diversidad no puede ser opcional

Educar en la diversidad no puede ser opcional

Cinco asociaciones LGTBI analizan por qué la cinta de Alejandro Marín, que aspira a ganar cinco premios Goya, ha sido clave en la lucha por los derechos del colectivo

A días del estreno de Te estoy amando locamente, el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, calificó la bandera LGTBI como «un trapo arcoíris». Su partido, Vox, fue el mismo que, entonces, acordó con el PP no desplegar este símbolo en el Parlament Balear. Y, aún más, retirarlo de los ayuntamientos de Valladolid, Burgos, Toledo… También, en Bezana (Cantabria), vetaron la proyección de Lightyear por contener un beso entre dos chicas. Una censura que, cómo no, llegó hasta el aplaudido Orlando de Virginia Woolf, que no pudo representarse en Valdemorillo porque “el protagonista pasa de ser un hombre a una mujer”. Bajo este clima, en vísperas de las Elecciones Generales, el primer largometraje de Alejandro Marín se plantó en las salas. Una historia de amor, aceptación y orgullo que, frente al boicot que enfrentó, este sábado aspira a ganar cinco premios Goya.

Ambienta en 1977, retrata la lucha del Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria en Sevilla. A través del personaje de Omar Banana, nominado a mejor actor revelación junto a La Dani, el filme da voz a quienes tanto sufrieron por sentir, querer y respirar. ¿Qué había de malo en ello? Ninguna respuesta podría jamás justificarlo. Sin embargo, la hubo. El artículo que The Objective publicó el 14 de julio soltó la liebre. “La película LGTB de Alba Flores recauda sólo 67.000 euros tras recibir un millón en ayudas” fue el titular de una pieza que reseñaba la insatisfactoria promoción que supuestamente el Ministerio de Igualdad había realizado a su favor. Además de señalar a la secretaria de Estado, Ángeles Rodríguez Pam, quien había expresado su interés en verla, el artículo mencionaba a La Piedad de Eduardo Casanova como el mayor fracaso del “cine español subvencionado”. Las reacciones no tardaron.

Chistes homófobos y acusaciones políticas circularon por unas redes sociales que, sin pretenderlo, auparon la cinta en taquilla hasta los 549.216 euros. Con independencia de la cifra, para el colectivo ha supuesto un paso al frente en la pelea por sus derechos. “Estos relatos son necesarios porque acercan la memoria a una audiencia que puede ignorar las batallas libradas y, en especial, cambian la idea de que las conquistas llegan solas”, explica Miquel Ángel Fernández, director ejecutivo de la Fundación Pedro Zerolo. Un homenaje a quienes antepusieron la causa a su vida. El objetivo era abrir camino con sus cuerpos para que, a corto plazo, concedieran la amnistía total a los encarcelados y abolieran la Ley de Peligrosidad Social. “Necesitamos más cine que refleje la diversidad de España porque éste es una poderosa herramienta de transformación social”, añade.

La creación de referentes es clave para que las nuevas generaciones puedan verse identificadas, vivan como vivan, amen lo que amen, en la pantalla. Un apoyo que no era lo común hace cuatro décadas. “Criarme siendo homosexual en un barrio obrero durante los 80 me hizo, como poco, sentirme un bicho raro. En aquella época, la falta de modelos hacía difícil entender qué me ocurría… por qué no era como los demás niños”, recuerda Víctor Manuel Rodríguez, vocal de la Asociación Galehi. Bujarra, sarasa y julandrón eran insultos habituales en un colegio donde, entonces, no se hablaba de bullying y el profesorado no estaba preparado para gestionar la situación: “La cultura me ofreció esperanza. Descubrí un videoclub en Chueca donde encontré películas románticas con dos hombres, pero sentía que estaban orientadas al público LGTBI. Hacían falta otras que tratasen la diferencia desde un punto de vista atractivo para todos”.

No repetir errores

Te estoy amando locamente cumple este requisito. De ahí que se haya convertido en un icono dentro del colectivo. “En un momento de retroceso en nuestros derechos, es imprescindible recordar el peligro que esto conlleva. Es importante saber de dónde venimos para no repetir errores. Y, sobre todo, ser conscientes de que educar en la diversidad no puede ser opcional porque se basa en el respeto y la empatía”, continúa Rodríguez. Un punto de vista que comparte Elena Preto, trabajadora social de la Asociación Aranda LGTBI: “La cinta humaniza una realidad que trasciende a las etiquetas. Logra que el maricón o la bollera se vean como dos personas con los mismos sueños y miedos que el resto. Esto genera confianza, autoestima, inclusión, seguridad… Algo esencial para que nadie se sienta solo, excluido, marginado y discriminado”.

No obstante, aún hoy destruir el estigma no es tan sencillo. Hay quien, en 2023, considera esta hazaña una amenaza a su estabilidad. Para Preto, los prejuicios siguen instaurados en la población: “Las noticias sobre agresiones físicas y verbales son constantes. Hay quién todavía no se ha atrevido a manifestar lo que siente por miedo, presión y rechazo. Por ende, crear espacios seguros, como la cinematografía, es fundamental. Siempre existe una resistencia al cambio, lo que prolonga el proceso y lo ralentiza. Este es el motivo por el que se producen polarizaciones tan marcadas. Ahora bien, éstas son un síntoma más de que nos encontramos en el camino de la evolución”. Así queda patente, por ejemplo, en el papel que interpreta Ana Wagener: una madre conservadora que, frente a la intimidación de sus vecinos y el desprecio de los desconocidos, decide apoyar a su hijo sin condición.

Desafiar los estereotipos

“Los ataques de la ultraderecha reafirmaron la importancia de la representación queer y la necesidad de proyectos que desafíen los estereotipos. Sin darse cuenta, entre ladrido y ladrido, movilizaron a la gente. Ante la censura, la respuesta es clara: más voz”, sostiene Alex Cañizares, responsable de comunicación de la Fundación Eddy. La homosexualidad y la transexualidad dejaron de ser tipificadas en 1979, aunque siguieron siendo perseguidas en virtud del delito de escándalo público hasta 1988. Te estoy amando locamente no es la única ficción que, recientemente, ha abordado esta temática: Las noches de Tefía recrea el campo de concentración que, con la participación activa de jueces y policías, Franco levantó para recluir a quienes atentaban contra lo que él consideraba valores católicos. “Estas obras no sólo iluminan nuestra historia, también recuerdan lo que cuesta ganar derechos… y lo poquito que basta para perderlos”, prosigue.

El escalofrío está ahí, una sensación que no les ha abandonado nunca. A pesar de las victorias, el temor a la caída sigue latente. “Parece que la Transición fue muy bonita, pero al colectivo no nos llegó. No estábamos socialmente valorados. Éramos peligrosos por el hecho de existir. Con que te peinaras de tal modo o te vistiera de tal manera, ya te detenían. No se ha cerrado ninguna herida”, dice Federico Armenteros, presidente de la Fundación 26 de diciembre. Filmes como éste hacen justicia a tantas caídas, tantos arañazos, tantas lágrimas… Las estocadas del pasado hoy son leña para mantener vivo el fuego de la lucha: “Éramos las locas, las brujas, las asesinas… Y esto ha permanecido en el subconsciente. Por ello, justamente, resulta tan valiosa una mirada normalizadora. Ahora, somos ministros y albañiles. Nos huele el culo como al resto. E, incluso, tenemos hijos”.

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